Poetas y Pintores
o que iba a terminar haciendo, guillotinarlos. Fuerte. ¿Por qué? Seguro que otros sienten diferente. Pero a mí destruirlos me pareció algo muy distinto a abrazar el fracaso del objeto. Me empezó a dar cada día más pereza hacerlo. Los libros pasaron de estar “en el stock” (el primer estante negro sobre la prensa), a estar en otro estante, parados al costadito de la prensa, debajo de la guillotina, en unas cajas añejas, añejandosé, junto a los vinos. Un día, trabajando con Mati nos dimos cuentas que a los vinos (y a los libros) sí les daba el sol, y bastante. Tomamos los vinos, pero los libros pronto se independizaron en células de 4 o 5 y se ubicaron en lugares inhóspitos. Hoy los junto, los veo, los cuento, son 33. Los limpio, veo sus estampas y repaso uno a uno los últimos cuadernillos. No hay final. No hay final del final del poema. Del último poema, no hay final. Hay un salto de página, puesto en algún momento, entre impresiones, un poco antes. Dos enters, el de siempre, y el numérico, dos funciones. Un mismo nombre. Un salto de página. Como este. No lo puedo hacer, no los voy a destruir, los van a tener que leer así. Desde la página 89, seguPoetas que conocí en un viaje
Anna Moschovakis, Alexis Almeida, Dan Owen, Matvei Yankelevich, Mónica de la Torre, Rebekah Smith, Tony IantoscaTraducciones de Pablo Katchadjian
o que iba a terminar haciendo, guillotinarlos. Fuerte. ¿Por qué? Seguro que otros sienten diferente. Pero a mí destruirlos me pareció algo muy distinto a abrazar el fracaso del objeto. Me empezó a dar cada día más pereza hacerlo. Los libros pasaron de estar “en el stock” (el primer estante negro sobre la prensa), a estar en otro estante, parados al costadito de la prensa, debajo de la guillotina, en unas cajas añejas, añejandosé, junto a los vinos. Un día, trabajando con Mati nos dimos cuentas que a los vinos (y a los libros) sí les daba el sol, y bastante. Tomamos los vinos, pero los libros pronto se independizaron en células de 4 o 5 y se ubicaron en lugares inhóspitos.